Se trata de casas amplias, en comparación con las habituales de la época, con generosos ventanales y formas que chocaban con la parquedad estilística de la construcción popular del XIX gallego. Los recién llegados adornaban las fachadas, rodeaban sus casas de jardines (no huertas), instalaban vallas y cancelas de hierro forjado y labraban formas decorativas en la madera de los portones. Los promotores impusieron criterios y gustos habituales en Buenos Aires o La Habana, e incluso importaron detalles e ideas de la ya entonces mitificada ciudad de París.